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DON VERÍDICO

Los cuentos del boliche El Resorte

por JULIO CESAR CASTRO (JUCASE)

Hombre que supo ser loco por los animalitos, aura que dice, Epílogo Moroso, el casáu con Morisontina Nochera, que se conocieron un día que él se puso a escarbar siguiendo a una mulita que se le había ganáu en la cueva, y fue a salir justo en la cocina de la muchacha. Que el viejo Nochera, a lo que lo vio aparecer entre la tierra del piso, le pasó flor de capina por haber dentráu al rancho sin golpiar.

Un crestiano, Epílogo Moroso, que en cuanto veía un animalito se encariñaba y le enseñaba de todo. Tenía una mano pa enseñar, que todo el mundo comentaba: “¡Qué mano!”

Una güelta se puso a enseñar a un casal de horneros, pa la custión del nido, que cuando fueron pájaros ya mayorcitos en lugar de nido se mandaron flor de rancho con chimenea, cortinitas, tranquera y huerta en el fondo. Chicuela la huertita, pero tenían de todo.

Pa las cotorras, similar. ¡Una mano! Les tenía enseñáu a respetar el maisal y no le tocaban un choclo ni muertas de hambre. Había una sola que no había forma de que aprendiera. Hasta que un día, muy enojáu, Epílogo agarró a la cotorra y la pintó de coloráu, la convenció de que era un canario flauta y después no comía más que alpiste. Redoblaba que era un lujo.

Una nochecita, va y cae al boliche El Resorte. Tomando unos vinitos, taban la Duvija, el tape Olmedo, el pardo Santiago, Jubilato Machuque y Favorindo Termo. Epílogo Moroso dentro, saludó, se acomodó contra el mostrador y pidió una caña. Junto al vaso, colocó una cajita. La Duvija fue la que prieguntó:

  • ¿Cómo anda ese bicherío, don Epílogo?

  • Superior, doña.

  • Capaz que en esa cajita tiene alguno.

  • Satamente: tengo.

Jubilato Machuque opinó que por la cajita, claváu que era bicho menudo, pero el tape Olmedo dijo que nunca se pueda saber de seguro.

  • Nunca se pueda saber de seguro –dijo-, porque yo supe tener un perro grandote, que de tan maula que era se achicaba frente a cualquier ladrón. Un día se achicó tanto que se me ganó en la tabquera.

  • ¡Fíjese!

  • Cuando me di cuenta ya me lo había fumáu.

  • ¡Animalito de Dios!

Hubo un silencio como de rispeto. A lo que Epílogo Moroso vio que no le daban más pelota a su cajita, fue y dijo:

  • Lo que tengo en la cajita, es araña.

  • ¿Enseñada?

  • Enseñada, si señor. Si son gustosos les muestro.

Le dijeron que mostrara, y el hombre golpió tres veces en la cajita, pa que la araña supiera que le iba a abrir.

  • Si le abro sin avisar se aluna –explicó Epílogo.

Abre, la llama con un chiflido corto, y la arañita se asoma al borde de la caja. Morochita, patas finas, pelito cortón, vivaracha. ¡Una preciosidá de arañita!

Epílogo Moroso le dio una orden, y la araña saltó al mostrador, de allí al borde del vaso e caña, y con otro salto se paró en un vaso de vino. Justo el vino del tape Olmedo.

  • Lo que faltaba, que ese bicho pavote me tomara el vino.

La araña lo miró como ofendida, y Epílogo le dio la orden de que bailara. ¡Flor y nata de araña milonguera! Epílogo le tarareaba y ella era un fandango. En una pirueta, patinó en una gota e caña y fue a caer en el vaso del tape Olmedo. ¡Malo ese tape!

-¡Taba claváu que me quería tomar el vino! ¡A la final no hay un criterio ni un rispeto pal vino y la persona!

De mientras Epílogo le pedía disculpas al tape, la arañita fue saliendo del vaso. Muy borracha, la pobre, oyó todito lo que decía el tape Olmedo. Como pudo bajó al suelo. Dispués, despacito, le empezó a caminar por las alpargatas.

Cuando el tape Olmedo se quiso mover, se pegó bruto porrazo. La arañita lo había maneado con la tela.

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